Es que pensar diferente no nos convierte en enemigos, nos enriquece.
Los puntos de vista que disienten de los nuestros nos permiten ampliar nuestros horizontes de entendimiento, ver detalles y hechos que tal vez no habíamos imaginado y lograr una nueva perspectiva, más abarcadora. Además, en muchas ocasiones, refuerza lo que percibimos como verdadero o lo que hemos decidido.
Para mí las opiniones son como un prisma. Los prismas, al refractar y reflejar la luz, pueden dar lugar a diversas tonalidades.
Nosotros tenemos la capacidad de recibir información y de descodificarla y procesarla conforme a lo que consideremos más afín a nuestras creencias y a nuestros pensamientos.
Esta es una de las características fundamentales que nos hace ser únicos. Valorar la capacidad del otro de pensar o de sentir de otro modo, sin imposiciones ni descalificaciones, es una manera de hacer que nuestra voz también sea respetada.
Por eso, le doy la bienvenida a los dichos que difieren de los míos e incluso a las críticas.
Es que para mí, el límite es lo que va más allá de las palabras y de los gestos: la intención.
Si el propósito es bueno, significa que vibramos en la misma frecuencia y podemos entendernos aunque nos comuniquemos a partir de bases completamente diferentes. Es que siempre habrá un denominador común: el bienestar de ambos y el buen trato.
En el caso de intenciones poco claras o directamente negativas, lo mejor es mantenerlas a distancia (sin importar de quién se trate o de dónde provenga) y seguir nuestros caminos pisando fuerte en dirección hacia la armonía y hacia la tranquilidad de vivir en paz con nuestra conciencia.
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