La culpa es un sentimiento que duele,
se siente feo en el cuerpo y en el alma.
Tal vez por eso, los seres humanos
tendemos muchas veces a poner la culpa
y la responsabilidad en el otro.
Pareciera que siempre hay un factor externo humano o no,
que es el responsable de nuestros propios errores
y no siempre es así.
Como un mecanismo de defensa,
uno tiende a pensar siempre que otro tuvo la culpa
de lo que pasó, que alguien o algo es el responsable.
¿Por qué nos es tan difícil asumir nuestros propios errores?
Dicen que errar es humano,
pero admitirlo y hacerse responsable de ello
pareciera que no mucho.
Sería interesante pensar por qué nos cuesta tanto
mirar hacia adentro y asumir la responsabilidad de un error.
Por más que duela, esto nos enriquecería más,
porque sólo siendo consiente
de lo que uno ha hecho puede modificarlo.
Pedir perdón no es rebajarse ante el otro,
por el contrario, es un acto muy grande, muy digno,
que reconforta al que ha sido lastimado
y al que ha lastimado también.
Asumir una equivocación nos acerca al otro.
Si ponemos siempre la responsabilidad en los demás,
es como estar en la vereda de enfrente a todos.
Hay que cruzar la calle del orgullo,
hay que unir las distancias que nos marca la soberbia.
Así y sólo así estaremos realmente junto a nuestro hermano.
Es una realidad que, en líneas generales,
en el mundo que vivimos tendemos a pensar que la culpa
(aunque suene fea la palabra) la tenga el otro.
En todos los aspectos de la vida uno acierta y se equivoca.
Somos humanos y así funcionamos.
El orgullo y la soberbia no son buenos compañeros,
no está mal aceptar que uno se equivocó,
no es agachar la cabeza, por el contrario,
es erguirla con el propósito de ser mejor.
No se es mejor por no equivocarse,
se es mejor haciéndose verdaderamente responsable del error
y con la intención de cambiar.
No se trata de tener una actitud culposa ante la vida,
eso tampoco sirve ni enriquece,
pero sí una actitud humilde y responsable.
Tratemos de hacernos cargo de nuestras cosas
y ver primero qué parte de responsabilidad
tenemos nosotros en aquello que nos molesta, incluso del otro,
pensemos también qué actitudes generamos nosotros
con nuestras conductas en las demás personas.
En la verdadera humildad está la grandeza de espíritu.
Desconozco a su autor
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