Lo más fácil es reaccionar con resentimiento cuando estamos enfrentados a las grandes frustraciones de la vida y la forma más sutil de manifestarlo es cuando nos negamos a escuchar a otros, cuando los hacemos culpables de lo que nos pasa o cuando usamos el sarcasmo para responder. Lo más difícil es escoger mantener el balance y la serenidad que nos inspiren a responder o actuar de una mejor manera. Nuestro corazón tiene dos opciones: hacer crecer el amor o alimentar el odio.
Podemos usar diferentes ejemplos para ilustrar la importancia que tiene esta reflexión. Imaginemos que nuestra pareja nos hace un reclamo que consideramos injusto: "Hoy te toca a ti ocuparte de los niños, yo estoy cansada de hacerlo todas las noches". ¿Nos ofenderemos inmediatamente por lo que consideramos pudiera ser un comentario agresivo o le responderemos de una manera que suavice su situación? Una forma amorosa podría ser bromear acerca del caos que envuelve nuestra casa a esa hora de la noche y ponernos en acción para resolverlo, sin quejarnos o lamentarnos.
También podemos hacer la diferencia cuando uno de nuestros hijos, en lugar de hacer las tareas, se pone a jugar en la computadora evitando asumir su responsabilidad. ¿Qué haremos? ¿Le gritamos reclamándole su falta de responsabilidad, para que asuma una actitud defensiva que al final lo lleve a sentirse víctima? ¿O podemos esperar a que se nos pase la molestia para hablar con él y explicarle cómo nos sentimos y hacerle la petición de que por favor haga sus deberes?
Se trata de desarrollar nuestra capacidad de sentir amor incondicional y no posesivo y que este nos lleve a desear lo mejor para nosotros y para los otros en todo momento.
Maytte Sepulveda
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