Durante años ha existido el debate de qué tan benéfico o inconveniente es que los padres tengan un solo descendiente, y hasta el momento parece que las posturas son irreconciliables. Por un lado, hay quienes sostienen que en esta situación los adultos tienen más tiempo para convivir con su hijo, y que por ello hay mayor oportunidad de brindarle cariño y atenciones, pero por el otro hay quienes sostienen que es esto lo que da origen a niños egoístas, caprichosos y mimados.
En definitiva es mejor considerar que cada caso es distinto y que no es bueno asumir prejuicios tan a la ligera, pues los especialistas en psicología y educación infantil indican con mucha razón que lo importante no es que la pareja tenga uno, dos o más niños, sino que cuente con madurez, disposición, afecto y solvencia económica necesarias para educar a su descendencia de la mejor manera, es decir, que planifiquen su familia según sus posibilidades.
Al respecto es revelador saber que a pesar de que algunas estadísticas muestran que la mayoría de la gente considera que el núcleo familiar ideal está constituido por madre, padre y dos hijos, cuando menos 30% de las parejas de los países desarrollados tienen un único vástago, y de ellas la inmensa mayoría considera nula o remota la posibilidad de educar a una niña o un niño más en casa, aunque pudieran desearlo.
Esto ocurre, de acuerdo con lo observado, por una serie de condicionantes y obstáculos cada vez más comunes, entre ellos las limitaciones económicas, el aumento en la tasa de divorcios, el hecho de que los matrimonios se formen por individuos de edad más avanzada que antaño, así como a la incorporación de la mujer al mundo laboral.
¿Ventaja o inconveniente?
Ni una ni otra, sostienen los expertos, ya que todo depende del tipo de educación que brinden los progenitores, y de que prevengan los "peligros" que hay en su labor. Primeramente, cabe decir que un hijo único corre el riesgo de no saber compartir espacios, juegos, o toma de decisiones, pues se habitúa a que "todo es para él" y a que en cualquier caso tiene asegurado el puesto de honor en el corazón de sus padres.
Para contrarrestar esto, los adultos pueden fomentar que el niño juegue con sus similares y aprenda a compartir, trabajar en equipo, expresar su frustración adecuadamente y tener en cuenta los sentimientos de los demás desde temprana edad. En efecto, aunque hay expertos que sostienen que un hijo único vive con menor carga de ansiedad, ya que no tiene que enfrentarse a nadie para contar con su espacio personal, también aseguran que no se le debe sobreproteger o aislar de todo trato debido a que el objetivo de la convivencia en la infancia consiste, precisamente, en aprender a luchar para conseguir lo que se persigue y a comprender que a veces se gana y otras se pierde.
No es recomendable que el niño esté siempre rodeado de adultos, pues aunque esto lo vuelve racional y expresivo, podría verse afectada su capacidad de desarrollarse por sí solo y de socializar. Se debe fomentar la oportunidad de que aprenda junto con otros pequeños, de modo que una buena opción consiste en inscribir a la hija o hijo en una guardería o grupos para realizar actividades deportivas y recreativas en las que conviva; claro está, se debe tratar de no saturar su horario con tres o más clases distintas.
Otro aspecto importante radica en que crecer sin hermanos hace que todas las expectativas y exigencias familiares se depositen en el pequeño, lo cual también tiene sus aspectos a favor y en contra. Por un lado, la niña o niño crecerá con educación y vigilancia que le llevarán a dar lo mejor de sí para cumplir sus objetivos, pero por otro es posible que sufra miedo a equivocarse y a ser rechazado en caso de que la presión sobre él sea excesiva.
De ahí que los progenitores deben ser cuidadosos para observar detalladamente cuál es la actitud que adoptan al educar al menor y, como pareja, establecer diálogos en los que se intercambien opiniones constructivas y honestas sobre aquellas situaciones en que hayan notado una postura autoritaria o amenazante al obligar al niño a hacer algo. La mejor opción consiste en escucharse mutuamente, pero también en dar voz al infante para que manifieste sus deseos y explique si se siente cansado o con poca disposición para llevar a cabo cierta actividad.
No se puede dejar de lado que aunque la madre o el padre tengan la ilusión de que, por ejemplo, su hijo aprenda a tocar un instrumento musical y se convierta en un gran concertista, tal vez el pequeño tenga aptitudes literarias o inclinación por la investigación científica. Sería injusto obligarlo a concretar el anhelo de los padres en detrimento de sus propias capacidades y habilidades.
Soledad
Este aspecto es importante debido a que los padres de un hijo único suelen sentirse culpables: asumen que su decisión es la que priva al pequeño de la compañía de ese hermanito o hermanita que en ocasiones añora. Sin embargo, se debe señalar que es precisamente ese sentimiento mal encauzado el que puede llevar a los adultos a establecer una relación errónea.
Lo peor que pueden hacer los padres es sentir lástima por el niño y sobreprotegerlo (con lo que sólo conseguirán volverlo inseguro) en vez de sacar provecho de las virtudes de su condición. Se debe comprender que en realidad un hijo único no pasa malos momentos cuando es justamente valorado y aprende a valorarse a sí mismo.
Además, según se ha observado, es común que la falta de hermanos facilite el desarrollo de ciertas habilidades importantes, de modo que el niño puede ser más creativo y tener mayor posibilidad de incrementar sus capacidades de autobservación y reflexión sobre sí mismo. Dirigido por sus padres sin exigencias demasiado drásticas, pero también sin dejar de amonestarlo cuando amerite, suele ser más ordenado, presenta desarrollo lingüístico superior al normal, se convierte en líder natural y es más estable emocionalmente, ya que se sabe más independiente que otros de su edad.
Es importante que los progenitores sigan estos consejos:
SyM - Sofía Montoya
En definitiva es mejor considerar que cada caso es distinto y que no es bueno asumir prejuicios tan a la ligera, pues los especialistas en psicología y educación infantil indican con mucha razón que lo importante no es que la pareja tenga uno, dos o más niños, sino que cuente con madurez, disposición, afecto y solvencia económica necesarias para educar a su descendencia de la mejor manera, es decir, que planifiquen su familia según sus posibilidades.
Al respecto es revelador saber que a pesar de que algunas estadísticas muestran que la mayoría de la gente considera que el núcleo familiar ideal está constituido por madre, padre y dos hijos, cuando menos 30% de las parejas de los países desarrollados tienen un único vástago, y de ellas la inmensa mayoría considera nula o remota la posibilidad de educar a una niña o un niño más en casa, aunque pudieran desearlo.
Esto ocurre, de acuerdo con lo observado, por una serie de condicionantes y obstáculos cada vez más comunes, entre ellos las limitaciones económicas, el aumento en la tasa de divorcios, el hecho de que los matrimonios se formen por individuos de edad más avanzada que antaño, así como a la incorporación de la mujer al mundo laboral.
¿Ventaja o inconveniente?
Ni una ni otra, sostienen los expertos, ya que todo depende del tipo de educación que brinden los progenitores, y de que prevengan los "peligros" que hay en su labor. Primeramente, cabe decir que un hijo único corre el riesgo de no saber compartir espacios, juegos, o toma de decisiones, pues se habitúa a que "todo es para él" y a que en cualquier caso tiene asegurado el puesto de honor en el corazón de sus padres.
Para contrarrestar esto, los adultos pueden fomentar que el niño juegue con sus similares y aprenda a compartir, trabajar en equipo, expresar su frustración adecuadamente y tener en cuenta los sentimientos de los demás desde temprana edad. En efecto, aunque hay expertos que sostienen que un hijo único vive con menor carga de ansiedad, ya que no tiene que enfrentarse a nadie para contar con su espacio personal, también aseguran que no se le debe sobreproteger o aislar de todo trato debido a que el objetivo de la convivencia en la infancia consiste, precisamente, en aprender a luchar para conseguir lo que se persigue y a comprender que a veces se gana y otras se pierde.
No es recomendable que el niño esté siempre rodeado de adultos, pues aunque esto lo vuelve racional y expresivo, podría verse afectada su capacidad de desarrollarse por sí solo y de socializar. Se debe fomentar la oportunidad de que aprenda junto con otros pequeños, de modo que una buena opción consiste en inscribir a la hija o hijo en una guardería o grupos para realizar actividades deportivas y recreativas en las que conviva; claro está, se debe tratar de no saturar su horario con tres o más clases distintas.
Otro aspecto importante radica en que crecer sin hermanos hace que todas las expectativas y exigencias familiares se depositen en el pequeño, lo cual también tiene sus aspectos a favor y en contra. Por un lado, la niña o niño crecerá con educación y vigilancia que le llevarán a dar lo mejor de sí para cumplir sus objetivos, pero por otro es posible que sufra miedo a equivocarse y a ser rechazado en caso de que la presión sobre él sea excesiva.
De ahí que los progenitores deben ser cuidadosos para observar detalladamente cuál es la actitud que adoptan al educar al menor y, como pareja, establecer diálogos en los que se intercambien opiniones constructivas y honestas sobre aquellas situaciones en que hayan notado una postura autoritaria o amenazante al obligar al niño a hacer algo. La mejor opción consiste en escucharse mutuamente, pero también en dar voz al infante para que manifieste sus deseos y explique si se siente cansado o con poca disposición para llevar a cabo cierta actividad.
No se puede dejar de lado que aunque la madre o el padre tengan la ilusión de que, por ejemplo, su hijo aprenda a tocar un instrumento musical y se convierta en un gran concertista, tal vez el pequeño tenga aptitudes literarias o inclinación por la investigación científica. Sería injusto obligarlo a concretar el anhelo de los padres en detrimento de sus propias capacidades y habilidades.
Soledad
Este aspecto es importante debido a que los padres de un hijo único suelen sentirse culpables: asumen que su decisión es la que priva al pequeño de la compañía de ese hermanito o hermanita que en ocasiones añora. Sin embargo, se debe señalar que es precisamente ese sentimiento mal encauzado el que puede llevar a los adultos a establecer una relación errónea.
Lo peor que pueden hacer los padres es sentir lástima por el niño y sobreprotegerlo (con lo que sólo conseguirán volverlo inseguro) en vez de sacar provecho de las virtudes de su condición. Se debe comprender que en realidad un hijo único no pasa malos momentos cuando es justamente valorado y aprende a valorarse a sí mismo.
Además, según se ha observado, es común que la falta de hermanos facilite el desarrollo de ciertas habilidades importantes, de modo que el niño puede ser más creativo y tener mayor posibilidad de incrementar sus capacidades de autobservación y reflexión sobre sí mismo. Dirigido por sus padres sin exigencias demasiado drásticas, pero también sin dejar de amonestarlo cuando amerite, suele ser más ordenado, presenta desarrollo lingüístico superior al normal, se convierte en líder natural y es más estable emocionalmente, ya que se sabe más independiente que otros de su edad.
Es importante que los progenitores sigan estos consejos:
- Evitar ser demasiado absorbentes o sobreproteger a la niña o niño.
- Animarle a que siga sus propias inclinaciones.
- Respetar y aceptar los defectos y fallos del niño.
- Valorar sus logros, pero sin elogiarlo demasiado.
- Brindarle afecto para que sienta seguridad.
- Llamarle la atención o regañarlo cuando sea necesario, sin sentir culpa por ello.
- Combatir la "soledad" del niño fomentándole relaciones sociales con otros infantes.
- Buscar actividades en las que pueda competir y compartir experiencias.
- Evitar que el pequeño esté siempre rodeado de adultos.
- Compartir la responsabilidad en la educación para que no se apegue a uno solo de sus progenitores.
- Ayudar al niño a que tome sus decisiones (cómo vestir, qué comer) y a solucionar sus propios problemas, pero dejando que él tenga el papel activo.
- Invitar a los amiguitos a que jueguen en casa y permitir que el pequeño los visite.
- Ante todo, dejar que el niño viva su infancia y no sea tratado como un "adulto pequeño".
SyM - Sofía Montoya
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