El perfeccionismo se ve reflejado de diferentes maneras en nuestra vida cotidiana, por ejemplo: el que orientamos hacia nosotros mismos, cuando nos planteamos metas y propósitos imposibles de alcanzar, cuando nos exigimos mucho más de lo que en realidad podemos lograr.
También cuando lo dirigimos hacia otros, esperando que respondan a las exigencias que les hacemos de la misma manera como con nosotros, ignorando nuestras diferencias y, muchas veces, forzándolos a ser quienes no son.
Y por último, cuando pensamos que los demás nos observan constantemente, esperando lo máximo de nosotros... entonces, comenzamos a exigirnos a riesgo de perder la calma, el bienestar y hasta nuestra identidad en aras de obtener su aprobación.
Cuando nos dejamos llevar por el perfeccionismo, nos volvemos obsesivos, competitivos y hasta tiranos; nos llenamos de frustración, impaciencia, inflexibilidad e intolerancia... y todo esto nos lleva a disfrutar menos la vida, a fracasar, a paralizarnos, a quedarnos solos y a perder la perspectiva de lo positivo en la vida.
Detrás de una persona perfeccionista muchas veces se esconde una persona insegura, que quisiera tener todo bajo control; una persona rígida, que defiende como sea su punto de vista, sus ideas y consideraciones; una persona irritable, que tiende a reaccionar defensivamente y que se altera con facilidad ante cualquier comentario o sugerencia; una persona con problemas para relacionarse con los demás, porque pareciera que nadie puede satisfacer sus expectativas y exigencias, que nadie le comprende o tiene la altura o la capacidad de mostrarse tan exitoso. La supermujer o el superhombre no existe.
Algunas personas viven en función de otros, sintiéndose responsables por su bienestar, hasta el punto de querer cargar con sus responsabilidades, sin darse cuenta de que hacerlo no es posible.
"No hay que pedirle peras al olmo", dice un refrán popular. Aceptar la realidad como se presenta sin querer cambiarla a la fuerza nos ayudará a romper el círculo negativo en el que hemos estado atrapados.
Maytte Sepúlveda
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