Esto te deja en un lugar un tanto desconocido. Es que, probablemente, en algún momento te vanagloriaste de tus férreos puntos de vista y de que siempre te comportaste de igual modo ante circunstancias similares. Pero ten en cuenta que esta actitud, en la mayoría de los casos, puede confundirse con rigidez.
Es lógico que con el tiempo y en función de las circunstancias, tu escala de valores haya variado. El ejemplo más patente de cómo el grado de importancia cambia automáticamente es ante la llegada de los hijos: las cosas nunca vuelven a ser como antes y las prioridades, tampoco. Todo se modifica conforme a la nueva realidad que se presenta, y esto es tan bienvenido como necesario.
No te sientas mal por darte cuenta de que lo que te funcionaba anteriormente ya no aplica a tu presente. Esto no implica ser una persona inestable, acomodaticia o poco segura. De hecho, es todo lo contrario: hay que estar bien centrado en uno mismo para darse cuenta de que lo que funcionaba hace algunos años ya no es efectivo y ha llegado la hora de actuar de un modo distinto.
Es que si hay alguien enfermo, lo esencial será la salud.
Si tienes inconvenientes económicos, estarás enfocado en el dinero.
Si no tienes pareja y esto te pesa, lo más importante será el amor.
Si no tienes un empleo, tu energía y tus pensamientos estarán abocados a conseguir trabajo.
De hecho, un cambio en las prioridades demuestra un comportamiento saludable enfocado en la toma de las mejores decisiones, ya que te adaptas a tu presente con flexibilidad y buscando obtener un excelente resultado, sin quedarte empantanado en el pasado.
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