Me sentía entremezclada de mis emociones a veces contradictorias. Dolorida, aliviada, asustada, liberada, confusa, sorprendida, rara y diferente, pero también libre. De ahí la serenidad que sobrepasaba a la tristeza y a veces la opacaba.
Habían sido muchos meses de duda, de evaluación acerca de seguir o terminar. Demasiadas horas de llanto y angustia, de idas y venidas, de esperanzas y decepciones, de recuerdos de tiempos ya idos y de derrumbe de proyectos imposibles. Semanas de hablar y hablar para volver siempre a ningún lugar. Es duro admitir que a veces el esfuerzo y la buena voluntad no alcanzan para recomponer el amor. Con una mezcla de tristeza y alivio pensaba que ahora disponía de mi tiempo, de mis espacios… y hacía una lista de las ventajas de mi nueva situación, de las actividades que iba a realizar… E intentaba recordarlo cuando alguno de los demonios del arrepentimiento estaban al acecho, cuando sentía miedo por pensar que quizás podría haberme equivocado o por si caía en el autocompadecimiento por lo que me había sucedido.
Tenía que internarme en un río de aguas desconocidas, que no sabía a qué orilla me acercaría.
Pero lo primero era recuperarme a mí… Dar por finalizada una relación de pareja y separarse físicamente es sólo la cara visible de una separación. Hacer que nuestra alma se despida de lo que fue y de lo que no fue pero podría haber sido, implica mucho más. Si no consigues “soltar” a la persona de la que te separas, difícilmente encontrará tu corazón las condiciones para abrirse al verdadero amor. Al darnos cuenta de que algo se ha roto caemos en el error de creer que la separación podrá por si misma darnos lo que necesitamos.
Pero una separación no es un acto reparador y mágico, sino un camino a veces doloroso que es preciso recorrer antes, durante y después del final de un vínculo, tanto más si la relación ha sido importante para nuestro corazón y trascendente en nuestra vida. Es cierto que a veces la persona que se separa comienza por experimentar, al principio, una fascinante sensación de libertad y la apertura a un mundo de infinitas posibilidades antes vetadas. Pero luego, más tarde o más temprano, algo sucede, y la historia de lo vivido y compartido vuelve a pesar otra vez…
Me gustara o no, lo sucedido estaba dentro de mí y tenía que aceptarlo. No se trataba de borrarlo, porque el vacío que dejaría el eslabón faltante, el hueco, el agujero, sería siempre un obstáculo para conseguir la paz interior que define la verdadera felicidad. Tenía que aceptar nuestra historia, sin pelearme con ella. Asumir lo sucedido, simplemente porque así había ocurrido. Cualquier otro camino me llevaría hacia una batalla perdida, la de luchar contra el pasado, gastando energía en el inútil trabajo de querer cambiarlo.
Lo más importante en el proceso de un duelo es aprender a enfrentarse con la ausencia de aquello que no está, es tolerar la impotencia frente a lo que se quebró, es hacerse fuerte para soportar la conciencia de todo lo que no pudo ser; esta es la esencia del dolor que subyace a una pérdida, y más allá de cualquier comprensible y necesaria catarsis, no se puede aliviar reclamando justicia, ni se puede sanar consiguiendo condena.
Para pasar al siguiente momento de mi vida, en el que todo fuera más nutritivo, debía ponerme en contacto profundo con mi tristeza, aunque me lastimara hacerlo. Al corazón poco le importa de quién fue la culpa, sólo siente el dolor de lo perdido. No podía seguir escapando, ni por la vía del enfado ni llenándome de cosas para no pensar. Si continuaba estacionada en el reproche me seguiría dañando. El resentimiento aleja del amor, impidiéndote disfrutar de las cosas que más deseas y te gustan. Así que debía trascender el
rencor.
Para ello un buen ejercicio es ponerse en la piel del otro, comprender que él también había tenido sueños, ilusiones, esperanzas y decepciones, percibir sus frustraciones más profundas y su tristeza. Otro ejercicio es hacer un “balance de reclamos y regalos”, una lista de las cosas que me irritaban de él, y otra con todos aquellos momentos que le podía
agradecer, cuando sentí bienestar, protección, complicidad, ternura, crecimiento o cualquier otra sensación positiva. Eso permite poner en blanco y negro la idea de que no todo con la otra persona ha sido malo y de que lo vivido juntos de ninguna manera ha sido inútil.
Surge dolor, sensación de impotencia, autorreproche, llanto, cuestionamientos… La aceptación, la comprensión y el perdón que se necesitan, más que una gracia hacia el otro, son un gesto de consideración y amor hacia uno mismo. Aceptar no es resignarse, comprender no es estar de acuerdo y perdonar no es olvidar.
Estar en pareja implica no sólo la capacidad de albergar la dulzura del amor, sino también la capacidad de enfrentar juntos las tormentas que desata la personalidad de cada uno. La magia del amor consiste en que quien te ama sabe qué podría hacer para dañarte gravemente, pero nunca lo hace. “Contigo puedo ser yo mismo” es la frase que todos queremos pronunciar y la que más nos deleita oír. Pero cuando aparecen los reproches, la magia se escapa por la grieta de no querer amparar al otro cuando aparece siendo quien es. La manera de cerrar la grieta no es que el otro deje de ser quien es, sino reconocer que cuando algo me molesta mucho en el otro, esto se relaciona con algún aspecto mío con el que tengo dificultad. La pelea externa es una muestra de una pelea interna. A lo largo de la vida de una pareja, a cada uno le tocará alternativamente ayudar y ser ayudado. Ayudar no es imponer el propio criterio, sino atender a lo que el otro necesita. La competencia por tener la razón aleja del contacto íntimo y de la posibilidad de ver juntos los dolores de cada uno.
El otro es quién es, y así debe ser. Uno no tiene derecho a querer cambiar al otro, pero sí puede preguntarse ¿me compensa? Y la respuesta puede ser NO.
Cada ex pareja tendrá que encontrar su propia manera de relacionarse después de la separación. Espero que con el tiempo ambos aceptemos la relación que podamos tener, sabiendo que hay temas que no podremos hablar porque nunca los hemos resuelto, pero sí podremos tratar las áreas que podamos compartir sin problemas. El camino no es estar de acuerdo con lo que el otro hace después de separado, pero se puede intentar entender sus razones, aunque sean muy distintas de las propias. Aceptar que el otro tiene sus razones para hacer lo que hace aunque yo no lo comparta. Por algo nos separamos… Cuando ambos seamos capaces de perdonarnos el uno al otro, y a nosotros mismos,podremos estar preparados para sentir la presencia y el merecimiento del amor.
Fuente:
A partir del libro SEGUIR SIN TI, de Jorge Bucay y Silvia Salinas
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