No tenemos tiempo para esperar.
Queremos resultados inmediatos, sin importar de qué se trate.
Los medios que nos rodean no solo no ayudan, sino que incentivan esta carrera desenfrenada.
Lo que muchas veces no tenemos en cuenta es que cada cosa tiene su evolución y su desarrollo y, en muchos los casos, los plazos no se pueden acortar.
Algunos casos que seguramente te parecerán conocidos:
– Tu pareja te pide un tiempo para pensar sobre la relación y, aunque en un principio le dices que sí, no respetas su deseo (en vez de dejar que los días transcurran, comience a extrañarte y, por qué no, a darse cuenta de lo importante que eres para él/ella).
– Hay que seguir un proceso habitual en el trabajo, pero preferimos saltar algunos pasos para terminar cuanto antes y obtener el resultado buscado a la brevedad. Esto puede dar lugar a distintos problemas cuya resolución nos lleve muchas más horas (y fastidio) que las iniciales.
– He visto gente que, cuando está enferma, toma mayor cantidad de los medicamentos recetados por su médico o en intervalos más breves que los indicados, e incluso agrega otros “que le recomendaron” o “que le quedaron de la vez pasada cuando tuvo algo parecido” para acelerar la curación, sin entender la importancia de seguir las indicaciones profesionales y de dejar que las medicinas apropiadas hagan lo suyo para devolvernos la salud tan preciada.
– Estamos pendientes de las respuestas por Whatsapp, miramos cuándo la persona se conectó por última vez, si el mensaje que le enviamos tiene una o dos rayitas y de qué color son, y mientras tanto nos devanamos los sesos ideando motivos por los que no contestó aún… Todo esto me suena a pérdida de tiempo y de energía y, muchas veces, aunque elucubremos teorías dignas de un culebrón o de un policial, el destinatario está ocupado o en un lugar con mala señal y, simplemente, recién lee lo que le enviamos horas después.
El “Todo ya” puede dar lugar a más frustración y angustia, porque los apresuramientos y el deseo de gratificación/finalización instantánea no suelen llevarnos al mejor puerto.
A veces recuerdo con añoranza las épocas en las que no existían los celulares y había que volver a casa para escuchar los mensajes telefónicos que nos habían dejado en el “contestador automático”.
Créanme que amo los teléfonos celulares y considero que son uno de los objetos más útiles que se han inventado en varios sentidos, pero antes de que irrumpieran caminábamos por la calle alertas, íbamos por la vida más despreocupados y, durante las comidas y los eventos compartidos, realmente hablábamos y nos comunicábamos con los demás.
En lo personal, cuando me siento superada por algún apuro imperioso, trato de concentrarme en la palabra PACIENCIA.
Porque me ayuda a enfocarme y a entender que, en la situación que se me ha presentado, tendré que esperar.
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