No es algo de lo que me enorgullezco, pero tampoco me culpo.
Creo que el culparse es una manera de rehuir nuestra responsabilidad y de darnos cuenta por qué no hicimos lo que, en otro momento, pensamos que era una verdad absoluta a seguir.
Soy humana y, en cierto punto, entiendo que no podré sostener el ciento por ciento de lo que he prometido bajo alguna circunstancia del pasado.
No se puede vivir con rigidez mental.
Quizá lo que consideramos bueno, necesario y productivo para nosotros en el pasado ya no lo es. Incluso, puede ser que nunca lo haya sido, pero eran las decisiones que podíamos tomar con la edad o las herramientas con las que contábamos entonces.
O teníamos estructuras internas copiadas de otros y, con los años, nos dimos cuenta de que imitar patrones ajenos o ponerlos por encima de nuestros deseos y expectativas no nos hacía feliz. Esto demuestra una evolución personal importante, crecimiento y madurez.
La flexibilidad nos permite ampliar nuestras capacidades y acceder a nuestro bienestar desde una posición relajada, sana, sincera.
Creo que si tú también has roto alguna promesa o has cambiado tu manera de pensar basándote en tus propias convicciones, que son el resultado de tu experiencia y de tu forma de pensar actual, no resulta poco probable que hayas tenido que dejar atrás certezas que en otro momento se vislumbraban como absolutas, con todo lo que eso implica.
Por eso, trátate bien si esto te sucede. Entiéndete. Perdónate. No malgastes tu tiempo quejándote, culpándote o lacerándote. Sigues siendo una persona buena y confiable, ¡más humana que nunca!
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