En ese momento, intento conectarme con todo lo bueno que me rodea y apreciarlo. Esta es una costumbre que me da la posibilidad de ver el vaso siempre medio lleno (no medio vacío) y que me ayuda a notar pequeños detalles y perspectivas alentadoras que, de otro modo, pasarían desapercibidos.
Después de agradecer, pido por aquello que me falta y también por gente que sé que necesita, principalmente, salud o un cambio importante en su vida.
Pero en los últimos días, agregué algo más a mi lista: empecé a agradecer aquello que no tengo.
LO QUE ME FALTA
Es que me di cuenta de que si carezco de algo, eso tiene algún mensaje para mí, ya sea evidente o que tengo que descifrar.
Porque aquello que siento que preciso me va indicando el rumbo a seguir para alcanzarlo. Me da fuerzas para luchar, para dar lo mejor de mí y para ampliar el abanico de recursos que utilizo para llegar a buen puerto.
Además, por un lado, me ayuda a ser más ubicada con respecto al lugar que ocupo, y por otro, a salir de un posible rol de víctima. Ya que en vez de “pobrecita yo que necesito tal o cual cosa”, al agradecer adquiero un empoderamiento de la situación y mi actitud se enfoca hacia “ahora comprendo claramente hacia dónde encauzar mi energía o a qué me gustaría acceder”. Y así puedo decidir libremente mis pasos futuros.
En pocas palabras: todo aquello que quiero obtener me potencia, hace salir mi mejor versión, me permite crecer y desarrollar incluso aquellas capacidades que no sabía que tenía.
Entonces, ¡gracias por lo que tengo y por lo que no tengo, también!
Fuente:
Publicar un comentario