No me mueve para extrañarte la ternura suprema con que me mirabas apenas el sol se asomaba por nuestra ventana, ni la forma en que acariciabas mi cabello y mis mejillas cuando tu mirada se clavaba en mi entrecejo, te añoro porque la felicidad que me enseñaste es lo más hermoso que he podido experimentar en toda mi existencia, y el color con que me hiciste ver la luz de cada día nuevo día, es algo que se ha vuelto nostálgico en mí.
No me mueve para desearte la perfección de tu cuerpo, ni la manera extraordinaria en que se adentraba al mío para generar una danza de estrellas, ni la preciosa sensación de tu sudor mezclado con el mío, te deseo porque toqué el terciopelo del techo del cielo cuando tu piel se adhería a la mía, porque aprendí a volar y despegarme de lo terrenal mientras tus manos se entrelazaban fuertemente a las mías y tu respiración se agitaba en mi oído.
No me mueve para llorarte la separación física que nuestras almas están experimentando, ni mucho menos el no seguir teniendo la bendición de compartir mi día a día contigo, la sal de mis ojos son muestra de saber que no fuiste tú quien me trató con desdén aquella tarde, que el temor a enfrentar este amor prohibido, para algunos, y tu orgullo de verte vulnerable ante un amor puro, pudieron más que la entrega de un corazón herido.
No me mueve para amarte la belleza perfecta de tu rostro, ni la necesidad que me causa tu presencia en mis noches, lo que me hace adorarte es la tesitura extraordinaria que tiene tu alma cuando no le vistes con ese disfraz de fortaleza impenetrable que te va mancillando de la alegría de un amor tan profundo como el que sentimos, es tu forma de ser, sin cambio alguno, la que me ha llevado a enamorarme de ti, y la que ha acrecentado mis sentimientos, a cada momento...
BR
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