Este tema inicia antes que seamos papás: desde que somos nada más dos: mi pareja y yo. Y no quiero decir que si ya somos más de dos ya no podremos hacer nada al respecto, no. Me refiero a que debemos corregir algunos errores de comunicación con nuestra pareja primero para, juntos, establecer un mejor sistema de comunicación familiar. Recordemos que para ellos, somos su primera y más fuerte referencia de cómo se enfrenta y se resuelven los dilemas de la vida. Si papá y mamá gritan entre ellos, entiendo como hijo, que es la manera de hacer valer mi punto de vista: gritando. Y me doy cuenta que el que grita más fuerte y lastima al otro es el que gana, o sea: el que "tiene la razón". Delicado, ¿verdad?
Pero no sólo los gritos suelen ser disfuncionales y terriblemente dañinos para una familia, veamos el otro extremo: ¿Qué pasa cuando alguien se disgusta por algo y lo que hace es callar?: "Mejor no digo nada para no hacer un problema". Como niño entiendo que: "Los problemas y mis sentimientos no le interesan a nadie, es mejor callarlos y guardármelos... no quiero SER un problema para nadie".
Hay muchos juegos psicológicos que solemos tener con nuestra pareja y que estamos, sin querer, transmitiendo a nuestros hijos. Revisemos si estamos siendo el mejor receptor para nuestra pareja cuando nos busca para comentar algo, agradable o no, nos involucre o no. ¿Somos receptivos, prestándole atención, haciéndole entender verbal y no verbalmente que sus inquietudes nos importan, que las respetamos, que nos interesa aportar algo positivo a la situación? O por el contrario, somos quienes responden con distraídos "mjmmm...", o con: "ya vas a salir otra vez con eso", o con burlas y ridiculizaciones.
Lo que los hijos perciben de nuestros sistemas de comunicación es una gran distancia entre papá y mamá; por lo tanto es "normal" que existan estos abismos de comunicación entre todos. Luego ellos replican esto fuera de casa: encontramos niños agresivos en el colegio, irrespetuosos con sus compañeros y maestros, con una baja tolerancia a la frustración y muy escasa capacidad de discusión y diálogo. Jóvenes irrespetuosos con sus jefes, compañeros o subordinados, creyendo que callando a todos se logran buenos resultados; en su vida amorosa entablan una relación con alguien a quien, probablemente, tratarán de la misma manera como sus papás se trataban, dando el mismo ejemplo de intolerancia, irrespeto, infravaloración y pésima comunicación a sus hijos. Y la historia se repite...
La manera de entender cuál es nuestro patrón erróneo de comunicación tal vez no comience analizándonos a nosotros mismos. Intentemos recordar y observemos a nuestros papás. Con amor y dejando a un lado posibles viejos rencores, revisemos cómo se comunicaban: frecuentemente o no, eran cariñosos, se valoraban, les importaban los sentimientos y respetaban los pensamientos del otro; ¿cómo resolvían los problemas?: gritaban, dialogaban, discutían respetuosamente o no, llegaban a un acuerdo, evadían las discusiones, lágrimas, reclamos, sarcasmo y críticas, o comunicación abierta y sincera.
Una vez detectemos esos patrones, veamos hacia adentro y tratemos de reconocer sinceramente qué cosas hemos replicado de nuestros papás. Muchas veces nos sorprenderemos encontrando similitud justamente en esas cosas que más nos herían o que tanto nos disgustaban de pequeños. Veamos la gran oportunidad que nos estamos dando, como pareja y como padres, de corregir las cosas y de crear un nuevo patrón funcional de comunicación familiar; nos sorprenderán los grandes cambios que pueden empezar a surgir.
Empecemos por reconocer y dialogar con nuestra pareja de estos patrones que hemos encontrado en nuestra historia, y pidámosle que mientras lo comentamos sólo nos escuche: es muy difícil reconocer cosas que nos han herido y que nos han hecho herir a quienes más queremos. Luego escuchemos lo que nuestra pareja tiene que decir y hagámoslo de la misma manera: respetando y apoyando su proceso. Luego, redirijamos juntos el camino para comunicarlo a nuestros hijos y establecer estos nuevos parámetros de comunicación familiar donde el respeto, la apertura, la empatía, la actitud de escucha y la valorización de los pensamientos y sentimientos ajenos sean los principales ingredientes. El proceso no es fácil, ni de la noche a la mañana, pero si ponemos nuestro corazón, seguro lo lograremos. Si necesitamos ayuda externa, no dudemos en pedirla, seamos concientes que el beneficio lo transmitiremos también a nuestros pequeños y estaremos marcando la diferencia en la historia y el futuro de nuestra familia.
Tuti Furlán
Psicología Bebés
Licda. Psicología Clínica
Conductora de Televisión, Actriz y Locutora
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