- Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos, yo estaría aún más
agradecido si mamá nos diera helado a la hora del postre.
Libertad y Justicia para todos. Amén.
Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, escuché a una señora comentar:
- Eso es lo que está mal en este país, los niños de hoy en día no saben cómo orar; pedir
a Dios helado... ¡Nunca había escuchado esto antes!
Al oír esto, mi hijo empezó a llorar y me preguntó: -¿Lo hice mal?, ¿está
enojado Dios conmigo?
Sostuve a mi hijo y le dije que había hecho un estupendo trabajo, y Dios seguramente no estaría enojado con él.
Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo, y le dijo:
Llegué a saber que Dios pensó que aquélla fue una excelente y hermosa oración.
¿En serio? - preguntó mi hijo. ¡Por supuesto!
Luego, en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto:
- Muy mal, ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado a veces es muy bueno para el alma.
Como era de esperar, compré a mis niños helados al final de la comida. Mi hijo se quedó mirando fijamente el suyo por un momento, y luego hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida. Tomó su helado y, sin decir una sola palabra, avanzó hasta ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo:
- Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma, y mi alma ya está bien.
Desconozco a su autor
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