apenas si asoma la luna
y su brillo tan diminuto,
no puede quitar la bruma.
Cuando apaguemos la luz
ya abrazados en el lecho,
quedará el cuarto oscuro
hasta que llegue la aurora,
yo no veré tus ojos verde río
ni tú mi blanco pecho desnudo
pero nuestras manos ciegas
que saben mirar con sus yemas,
recorrerán nuestros senderos
y peregrinando sin demora,
llevarán a tu cuerpo y el mío
hasta la misma puerta del cielo.
María Elena Astorquiza V.
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