el repicar de las campanas
que ella tanto disfrutaba,
dejó la cama y su tibieza
y el agua fría mojó su cara.
Era otro día que asomaba,
era el cielo aún oscuro
y perlado de luceros,
era la hora en que él venía
a cantarle a su ventana.
Contó las campanadas
y cuando estas acabaron,
siguió repicando su pecho
por el alba que llegaba
cargada con sus besos.
Lo buscó con la mirada
por el sendero de tierra,
hubo nuevas campanadas
y comprobando su ausencia,
supo que se lo quitó la guerra.
María Elena Astorquiza V.
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