Buscaré ficticios equilibrios que rodeen mi cuerpo
y una caricia crepuscular sobre mi rostro.
Seré quietud de vida y vuelo de locura,
con tu mano por el camino iré
envuelta en un sueño de ojos abiertos
engarzados al fondo de la oscuridad.
Me dejaré caer en tu regazo
buscando los latidos de tu pecho en el mío
y dormiré al silencio que no deja de nombrarte.
Si, ese, que me sacude desde lejos y ensordece el llanto.
Me dejaré caer en el lugar que lleva tu nombre, ese que nos contenía
-ícono hoy de agridulce mudez-.
Déjame que te hable, que te cuente avatares de los días sin tí.
Las rosas que me obsequiaste me escuchan, lo sé,
mientras voy arrojando hojas de ciprés sobre el suelo,
hasta quedarme dormida en un ensayo de muerte.
La enajenación tiene bálsamos...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Texto publicado con autorización de su autoray una caricia crepuscular sobre mi rostro.
Seré quietud de vida y vuelo de locura,
con tu mano por el camino iré
envuelta en un sueño de ojos abiertos
engarzados al fondo de la oscuridad.
Me dejaré caer en tu regazo
buscando los latidos de tu pecho en el mío
y dormiré al silencio que no deja de nombrarte.
Si, ese, que me sacude desde lejos y ensordece el llanto.
Me dejaré caer en el lugar que lleva tu nombre, ese que nos contenía
-ícono hoy de agridulce mudez-.
Déjame que te hable, que te cuente avatares de los días sin tí.
Las rosas que me obsequiaste me escuchan, lo sé,
mientras voy arrojando hojas de ciprés sobre el suelo,
hasta quedarme dormida en un ensayo de muerte.
La enajenación tiene bálsamos...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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