Cuando la ira se torna desequilibrada se convierte en una de las emociones más destructivas y negativas que podemos experimentar los seres humanos. Y no importa si la escondes dentro o la dejas escapar, sus consecuencias te hacen tanto daño a ti como a los demás. Lamentablemente, cuando nos dejamos llevar por la ira, nos volvemos reactivos y agresivos, para terminar lastimando, muchas veces sin querer, a las personas que más amamos.
El mayor enemigo a enfrentar y vencer, en la mayoría de los casos, somos nosotros mismos, cuando en lugar de reconocerla en nosotros y procurar transformarla, nos hacemos parte del problema, al tener siempre una justificación para nuestro comportamiento equivocado, mientras criticamos duramente el de los demás.
Podemos transformar esta emoción alterada que amenaza nuestro bienestar y la buena relación con los demás, si estamos dispuestos a resistir el impulso de reaccionar y a mantener una buena actitud, si somos más pacientes, tolerantes y flexibles. Recuperar el balance de nuestra vida emocional y asumir la responsabilidad de nuestros actos nos permitirá vivir de una mejor manera.
Es oportuno recordar que somos responsables de las palabras que usamos para expresarnos, de elegir el momento adecuado en que lo haremos y de usar el tono emocional más asertivo para no causar más confusión o malestar del que ya experimentamos. Si bien no podemos controlar o evitar las actitudes y el comportamiento de los demás, sí podemos expresar nuestras inquietudes de una mejor manera, con calma, valor, gentileza y mucha responsabilidad.
La próxima vez que algo nos cause malestar y que la ira se apodere de nosotros, resistamos el impulso de reaccionar desproporcionadamente y pensemos si con nuestra actitud y comportamiento vamos a poder solucionar el problema o a aclarar el malentendido. Aprendamos a mantener la calma, tomando unas cuantas respiraciones conscientes y profundas antes de dejarnos llevar por la reacción y las emociones alteradas.
Maytte Sepulveda
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