Existen muchas razones por las cuales podemos perder la calma fácilmente. Por ejemplo, cuando experimentamos emociones alteradas en respuesta a una situación que nos afecta, lo primero que perdemos es la claridad mental que muchas veces necesitamos para analizar la situación de forma objetiva y constructiva, para darle solución y, además, cuando nos dejamos llevar por ellas, terminamos reaccionando; es decir, diciendo o haciendo cosas que más tarde lamentaremos.
Lo mejor que podemos hacer es mantener la calma para tomar decisiones y acciones más conscientes y acertadas. No saber manejar la incertidumbre sobre el futuro y permitir que los comentarios y las noticias negativas que recibimos nos asusten y nos alteren, sin que primero hayamos comprobado su veracidad y seriedad, también nos hará perder la calma, agrandando nuestros temores.
El estrés que experimentamos cuando estamos inmersos en una actividad, buscando culminar un proyecto, alcanzar nuestras metas, persiguiendo un sueño o simplemente realizando un trabajo para obtener un resultado o generar un efecto, es natural y positivo, porque es el producto de un esfuerzo concentrado. Pero cuando el estrés que sentimos se genera de un exceso de deberes, asuntos pendientes y responsabilidades, cuando enfrentamos situaciones que no podemos cambiar y nos resistimos a aceptarlas o cuando tratamos de ocuparnos o de hacer algo que no depende de nosotros sino de otros, es muy probable que, en lugar de estimularnos, nos desgaste y desequilibre rápidamente.
Maytte Sepulveda
Publicar un comentario