De vez en cuando todos experimentamos irritación, falta de armonía, sufrimiento; y cuando lo padecemos, no lo guardamos en nosotros, sino que lo distribuimos a los demás.
Una persona desdichada irradia el mal ambiente que le rodea y quienes estén cerca de ella también se alteran, se irritan.
Tenemos que vivir en paz con nosotros mismos y en paz con los demás porque, en definitiva, los seres humanos somos seres sociales que interrelacionamos.
¿Pero como vivir en la paz y armonía?
Aprendiendo a conocer la causa del sufrimiento. La negatividad no puede coexistir con la paz y la armonía.
Escapar no es una solución, hay que enfrentar los problemas; cuando surja una negatividad en la mente, obsérvala, hazle frente y tan pronto como empieces a observar la contaminación mental, empezará a perder fuerza y poco a poco se irá marchitando y podrá ser arrancada de raíz.
Pero cuando surge la ira, nos coge tan de sorpresa que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Arrastrados por la ira cometemos actos físicos o mentales que nos dañan a nosotros y a los demás. Poco después, al desaparecer la ira, nos arrepentirnos, pidiendo perdón. La dificultad estriba en que no somos conscientes del momento en el que comienza. Empieza en las profundidades de la mente inconsciente y cuando llega al consciente ha tomado tal fuerza que nos arrastra y no podemos observarla.
Alguien encontró una solución. Al surgir la ira, en la mente ocurren dos cosas: La respiración pierde su ritmo normal, (respiramos más fuerte) y todo el cuerpo experimenta una sensación que nos indica que "¡Algo va mal!". Cuando observamos la realidad tal y como es, desaparece el hábito de reaccionar a ciegas.
Por eso es necesario "conocerse a sí mismo", consejo que dan todos los sabios. Conocerse no sólo intelectualmente en el nivel de ideas y teorías, no sólo emocional y conocer la realidad a través de la experiencia.
Desconozco a su autor
Fuente. EPYA
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