Tener cerca de nosotros gente querida, a quienes podemos recurrir en cualquier momento e incluso se ofrecen voluntariamente para ayudarnos y para acompañarnos en nuestras épocas de zozobra, es una de las posesiones más importantes de los seres humanos.
Todos pasamos por momentos umbrosos en los que se nos dificulta discernir qué debemos hacer e incluso, puede suceder que no podamos valernos por nosotros mismos, ya sea por algún trastorno físico o porque nuestro dolor o nuestra pesadumbre emocional no nos dejan ver las cosas con la claridad que precisaríamos para tomar decisiones correctas.
Allí es donde aparecen nuestros afectos cercanos.
- Son luces en el túnel que nos acompañan hasta que alcanzamos la claridad.
- Nos permiten compartir e incluso descansar todo nuestro peso en ellos y nos conducen hasta un lugar seguro.
- Son quienes, en caso de urgencia de una mano amiga, de un hombro para apoyarnos o de lo que nos haga falta, estarán presentes para lo que surja, del modo más apropiado y con la mejor buena voluntad.
- Ya han demostrado su entereza y su incondicionalidad en otras ocasiones o están allí, esperando darnos una mano y cuidarnos, para que la oscuridad de la noche dé paso al brillo del día.
Aunque bajo ciertas circunstancias tan solo puedan ofrecernos su buena voluntad, esto llega a nuestras fibras más profundas, nos brinda una calidez única y aporta a nuestro proceso de curación.
Puede tratarse de algún familiar o de un ser con quien no tengamos lazos sanguíneos, pero sí del corazón y del alma.
Y aunque no necesitemos de ellos en este momento en particular, con solo pensar en su lealtad hacia nosotros y en todo lo que nos quieren y pueden brindarnos en caso de que lo precisemos, se disipa cualquier nube de la soledad que pudiera surcar nuestro horizonte.
¡Hagámosles saber a nuestros afectos más cercanos que ellos también son esenciales para nosotros!
A las claras, se lo merecen.
Fuente:
Publicar un comentario