Tenemos una amiga que pertenece a ese grupo de personas que nunca están satisfechas con lo que tienen, porque siempre están pensando en lo que quieren conseguir o en lo que todavía les hace falta para sentirse felices. Constantemente crea nuevas expectativas y en ningún momento se plantea reducirlas o ajustarse a las condiciones que en este momento rodean su vida. Por esto vive en una eterna insatisfacción.
Hablamos con ella, y siempre tiene razones para quejarse y pensar que otros tienen más suerte, y resiente el hecho de que otros sí consiguen lo que ella necesita para sentirse tranquila y feliz.
Ella es una víctima más de la tiranía que ejerce sobre nosotros el exceso de expectativas. Cuando se escapa de nuestras manos la posibilidad de cumplirlas, perdemos el balance, se nos trastorna el carácter, convirtiéndonos en personas irritables, malhumoradas y desanimadas. Además, en este estado, terminamos tomando decisiones equivocadas sin pensar en las consecuencias.
Tenemos expectativas de todo tipo: lo que esperamos de nosotros mismos, lo que esperamos de los demás, de la vida... y lamentablemente esto nos impide vivir el momento y disfrutar de lo que tenemos.
Una vez que hacemos todo lo que podemos y un poco más para conseguir algo, necesitamos aprender a soltar; es decir, a ser capaces de confiar en la vida y en que lo que ocurrirá como resultado de nuestro empeño y trabajo será lo mejor. Y si no obtenemos lo que esperábamos, debemos aceptarlo, buscarle el lado positivo y aprender con la experiencia para poder mejorarlo.
Podemos controlar lo que hacemos, pero no podemos controlar el resultado que obtendremos con nuestro trabajo. Lo negativo es que cuando estas expectativas no se cumplen, se convierten en una obsesión que no te permite disfrutar tu vida.
Todo lo que ocurre es para bien, cada experiencia trae su lección y cada situación de gozo o dolor es una oportunidad para aprender y crecer aunque en el momento no podamos reconocerlo.
Maytte Sepulveda
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