Tal vez por un rasgo de nuestra personalidad o por algún microclima arengado por la gente que nos rodea, tendemos a mirar el vaso y a considerar que está medio vacío en lugar de medio lleno.
Es que no les prestamos la debida atención a las pequeñas y a las grandes sorpresas que la vida nos depara.
Me he dado cuenta de que cosas buenas inesperadas se nos presentan prácticamente a diario, en mayor o en menor medida.
Pero muchas veces estamos tan cerrados –esperando que se produzca un hecho en especial– que no les damos valor a los demás acaecimientos lindos que nos podrían proporcionar una mayor felicidad que la imaginada. E incluso, superar nuestras expectativas.
O por soñar en demasiado grande, nos perdemos los detalles que nos pueden cambiar positivamente el día y hacernos mucho bien. Pensamos que no tenemos todo el pastel de chocolate e incluso nos lamentamos por ello, pero esto no implica que comer una sola porción no pueda ser algo maravilloso y que valga la pena hacerlo. O que en su lugar, disfrutemos de otro postre delicioso.
Una buena manera de aprovechar todo lo bueno que se nos presenta es estar abiertos a lo distinto. A lo que la vida nos depara más allá de nuestros propios límites mentales o emocionales. A lo que sale de lo usual o de lo esperado específicamente. Ya que estas pueden convertirse en ventanitas que se abren al aire fresco y a posibilidades no imaginadas que, en muchos casos y si les damos la posibilidad, superarán incluso nuestras expectativas más optimistas.
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