Jose Luis Duarte Jose Luis Duarte Author
Title: Historia del alfiler
Author: Jose Luis Duarte
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A juzgar por los hallazgos arqueológicos el alfiler es uno de los primeros inventos útiles de que gozó la humanidad. El hombre primitivo los...
A juzgar por los hallazgos arqueológicos el alfiler es uno de los primeros inventos útiles de que gozó la humanidad. El hombre primitivo los hacía con espinas de pescado o astillas de madera hace diez mil años.

Hace cuatro mil, los sumerios fabricaban alfileres rectos de hueso y de hierro. Existe documentación al respecto en textos de la época de las agujas con ojo para coser y de los alfileres con cabeza.

Conocieron este práctico y diminuto artilugio todas las civilizaciones del mundo antiguo, babilonios, asirios, persas, indios, chinos y egipcios. Se trataba de alfileres muy sencillos a modo de espigas puntiagudas rematadas en cabeza formada por el retorcimiento de la varilla metálica de que estaban hechos.

Se empleó en su elaboración el bronce y luego el hierro, como muestra la gran cantidad de alfileres de aquellos tiempos encontrados en excavaciones arqueológicas alrededor del mundo.

En Grecia y Roma alcanzó tanta popularidad que se generalizó su uso. Hombres y mujeres sujetaban sus túnicas a la altura del hombro con un alfiler o fíbula, esta última más parecida al imperdible.

Tuvo que ver con la moda del peinado, sobre todo cuando se implantó en Roma la costumbre, en lo que al hombre se refería, de dividir el cabello en dos mitades dejando una raya en medio: un lazo prendido en el alfiler separaba ambos hemisferios del peinado.

El alfiler llegó conocer tal cantidad de usos que el nombre que se les daba estaba de acuerdo con el destino para el que habían sido concebidos. Diversidad de usos hizo que pudiera emplearse pasado el tiempo también como elemento ornamental, dando lugar a refinadas joyas.

Hubo alfileres de marfil o bronce en forma de estiletes largos, de hasta quince centímetros, con los que las damas se tocaban el cabello o adornaban sus vestidos. Su finalidad era primordialmente decorativa, pero no dejaba de tener, el alfiler, un uso funcional.

Junto a los cinturones, los alfileres cubrían la necesidad de sujetar las prendas del vestido, y en ese cometido eran frecuentes y abundantes en el ajuar doméstico. Los artistas orfebres encontraron en esta pieza un motivo en el que plasmar su arte.

Los fenicios elaboraban grandes alfileres de oro que remataban con la imagen de una diosa alada. También los egipcios hicieron del alfiler objeto de joya artística, de lujo y de deseo, encontrándose entre las piezas valiosas que a menudo acompañaban los ajuares funerarios gran cantidad de alfileres de oro, de marfil y de plata.

Claro que el alfiler también conoció usos bastardos. Los poetas latinos insinúan que algunos alfileres griegos y romanos disponían de una pequeñísima cavidad en cuyo interior se alojaba un poderoso veneno. Cleopatra disponía de numerosos ejemplares de este tipo.

Algunas damas romanas hicieron usos crueles del alfiler. Por los escritores latinos sabemos que castigaban con ellos con frecuencia a sus esclavos a la menor falta cometida por éstos. Y se cuenta de la mujer del emperador Marco Aurelio, Flavia, que con un alfiler acribilló la lengua del gran orador Marco Tullio Cicerón cuando, ya decapitado, tuvo ella su cabeza sobre sus rodillas.

No fue menos cruel, según cuenta Lucio Apuleyo, la venganza de cierta dama romana que vengó la muerte de su esposo atravesando con sendos alfileres los ojos de su asesino. Algún escritor misógino llegó a decir que en manos de la mujer el alfiler adquiere poderes especiales.

Pero también los alfileres sirvieron para alojar en su interior esencias y perfumes. En la Edad Media los contratos matrimoniales de la nobleza estipulaban la cantidad de la asignación económica del marido a la mujer para que ésta adquiriera alfileres: se llamaba aquella cláusula económica “dinero de alfileres”.

Los alfileres solían ser pieza capital en el ajuar de las desposadas. A menudo funcionaban como una inversión especulativa. En 1347 una princesa francesa, según inventario hecho a sus bienes, poseía más de doce mil alfileres. Se trataba de una fortuna, ya que a lo largo de aquellos siglos el producto escaseaba, y alcanzaban los alfileres un alto precio en el mercado suntuario.

Se cobró a la sazón un impuesto especial sobre ellos (ver historia de los impuestos), y cuya recaudación se destinó al servicio de la casa del señor feudal. A finales de la Edad Media gobiernos como el inglés ordenaron que para evitar el acaparamiento de alfileres con fines especulativos los fabricantes debían ponerlos a la venta en días determinados por la autoridad.

En esos días, las mujeres de todas las clases sociales se lanzaban a la compra de los alfileres con el dinero que para aquel fin habían ahorrado.

Posteriormente, los revendían y materializaban así sus ganancias y plusvalías. Tanto era así que todavía en el siglo XVI los alfileres eran objeto de especulación, a pesar de que en el siglo XIV ya se había inventado el sistema de estirado de alambre que abarataba su producción. El alfiler fue en la antigüedad una especie de valor especulativo. ¡Quién lo diría en nuestros tiempos! ¿Verdad?

En 1626 el inglés John Tilsby instaló en Gloucestershire una fábrica de alfileres produciendo allí cantidades industriales. Eran de una sola pieza, con cabeza incorporada. En 1824 se patentó, también en Inglaterra, una máquina automática para fabricar alfileres que diez años antes había patentado el norteamericano Seth Hunt.

En cuanto al origen de la palabra alfiler en español, es un término árabe: de hilal + anteposición de artículo al-:astilla aguda usada para prender las piezas del vestido. No aparece este vocablo tal cual lo conocemos hoy en castellano hasta el siglo XIV.

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