- Hablemos con otros padres que tengan hijos de la edad del nuestro. Así podremos contrastar y saber si le estamos exigiendo demasiado, o por el contrario, ya tiene edad suficiente para hacer más cosas.
- A medida que crezca, démosle más responsabilidades: ordenar su habitación, despertarse por las mañanas, poner la mesa, etc.
- No le demos siempre todo lo que nos pida, aunque tengamos los recursos suficientes para satisfacer sus deseos.
- Intentemos que nuestro hijo aprenda a esforzarse si quiere obtener alguna cosa.
- No lo alabemos gratuitamente. Sustituyamos comentarios del tipo: "eres el más guapo" o "eres el más inteligente", por "tienes un pelo muy bonito" o "estoy muy contento del notable que has sacado en el examen". De esta manera le estaremos valorando de una forma realista y específica.
- No transmitamos al niño nuestro temor o preocupación por lo que le pueda ocurrir. No debemos repetirle constantemente comentarios como: "vigila", "ten mucho cuidado". Tampoco deberíamos decirle que no haga actividades que pueden ser beneficiosas para él (deporte, excursiones, etc.), sólo porque a nosotros nos dé miedo.
- No permitamos que nuestro hijo (por muy maduro que sea) intervenga en la toma de decisiones que pertenecen exclusivamente a los adultos. Podemos invitarle a que participe, pero nunca que decida él según lo que le apetezca sólo a él.
- Es importante que el niño se relacione con niños de su misma edad: que vaya a jugar a casa de sus amigos o que ellos vengan a nuestra casa, llevarlo al parque donde interaccione con otros niños, llevarlo a la guardería, apuntarlo a un deporte de equipo, etc.
- No sobreprotejamos a nuestro hijo cuando tenga conflictos con otros niños. Debemos animarle a que encuentre soluciones y resuelva él sólo sus desavenencias.
- Fomentemos, desde pequeño, la separación gradual entre padres e hijo, llevándolo pronto a la guardería, favoreciendo que se quede a dormir en casa de un amigo, etc.
Licenciada en Psicología
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