que el tiempo llenó
de grises su cabello espeso.
No reconocí sus letras,
se habían extraviado en la pradera
de las violetas silenciosas.
Oí los cantos de cada una,
la debilidad albeó sus estructuras
satinadas de rayos dormidos
al pie del abedul sin retoños.
La frenética búsqueda
cubrió el arroyo de azucenas tibias,
se ahogaron de esperas tranquilas
en la vigilia de la tarde desnuda.
Mariela Lugo
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