¿Para una derrota? ¿Para una victoria?
Un ser dividido que reclama techumbres de paja mojada.
Lo vital se impone como ley inexorable, donde un dios
exige tributos de amargos latidos, de sangre que hiere las venas
en su recorrido y horada la virtud hasta el absurdo.
La alambrada es seda entre espinas sobre cuerpos
que anhelan la desnudez en el frío al borde del aterimiento
y buscan la lava del volcán para ser ungidos con su feroz tatuaje.
Somos monedas que caen a cara o cruz;
sin embargo, el poderoso arrancó los ojos de los testigos,
y es el único que remata el azar, como un juego tramposo:
Manos enlazadas, padres, hijos, ascendientes, descendientes.
La emoción como rejas de clausura
y la devoción entre los dientes que renuncian a su dentellada.
¿Quién amputó las garras primitivas?
Resignación, penetra despacio, sutilmente,
heroína amable, amor de impurezas que se adhiere
con promesas de esperanzas.
Amor en vena, tatuaje de humo en las entrañas,
ebriedad santificada...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Texto publicado con autorización de su autoraUn ser dividido que reclama techumbres de paja mojada.
Lo vital se impone como ley inexorable, donde un dios
exige tributos de amargos latidos, de sangre que hiere las venas
en su recorrido y horada la virtud hasta el absurdo.
La alambrada es seda entre espinas sobre cuerpos
que anhelan la desnudez en el frío al borde del aterimiento
y buscan la lava del volcán para ser ungidos con su feroz tatuaje.
Somos monedas que caen a cara o cruz;
sin embargo, el poderoso arrancó los ojos de los testigos,
y es el único que remata el azar, como un juego tramposo:
Manos enlazadas, padres, hijos, ascendientes, descendientes.
La emoción como rejas de clausura
y la devoción entre los dientes que renuncian a su dentellada.
¿Quién amputó las garras primitivas?
Resignación, penetra despacio, sutilmente,
heroína amable, amor de impurezas que se adhiere
con promesas de esperanzas.
Amor en vena, tatuaje de humo en las entrañas,
ebriedad santificada...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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