Luis Gonzaga Urbina nació en la ciudad de México, el 8 de febrero de 1868 Poco se sabe de su niñez, que parece haber pasado en la necesidad y la pobreza.
Por la hondura y calidad de su producción poética, así como por la riqueza y variedad de su extensa obra periodística, está considerado como uno de los escritores más representativos de las Letras mexicanas del primer tercio del siglo XX.
Su temprana vocación humanística, perfilada durante su proceso de formación académica en la Escuela Nacional Preparatoria, enseguida le permitió colaborar en diferentes medios de comunicación (como el rotativo El Siglo XIX, del que fue uno de sus más jóvenes redactores) que le dieron a conocer como escritor y periodista.
Así, pronto empezó a relacionarse con algunas de las personalidades culturales y artísticas más relevantes de su época, como el periodista, narrador y poeta modernista Manuel Gutiérrez Nájera -de quien Urbina fue considerado sucesor, por el virtuosismo de ambos en el género de la crónica-, o el político y escritor Justo Sierra, auténtico guía y mentor de Luis Gonzaga Urbina durante los comienzos de su trayectoria literaria y periodística.
Precisamente fue Justo Sierra quien, desde su cargo de ministro de Instrucción Pública, se convirtió en el principal protector del joven escritor de Ciudad de México y le introdujo en su propio gabinete, con el título de secretario personal suyo. A partir de entonces, la trayectoria profesional de Luis Gonzaga Urbina estuvo vinculada a la administración pública de su nación y, al mismo tiempo, a los principales medios de comunicación del panorama informativo mejicano.
En su condición de profesor, ejerció la docencia en la cátedra de literatura de la Escuela Nacional Preparatoria, de donde pasó a asumir la dirección de la Biblioteca Nacional de México (1913). Colaboraba, entretanto, con algunos rotativos y revistas tan relevantes como El Mundo Ilustrado, El Imparcial y Revista Azul, donde se hizo célebre por sus brillantes crónicas de la realidad cotidiana de su país y por sus implacables críticas teatrales.
Pero su relevancia en la vida pública mexicana se vio bruscamente interrumpida a raíz de los acontecimientos revolucionarios que sacudieron todo el país en 1915. Contrario a estos cambios, Urbina tomó el camino de un exilio que le condujo primero a Cuba (en cuya capital se instaló para ejercer la docencia y continuar practicando el periodismo) y, posteriormente, a España (1916), donde vivió durante un año en Madrid como corresponsal de El Heraldo de La Habana.
El resto de su vida transcurrió en la capital española, con la excepción de algunos desplazamientos relevantes motivados por su incansable actividad docente, literaria y periodística. Así, en 1917 pasó unos meses en Argentina para dictar un ciclo de conferencias sobre literatura mexicana en la Universidad de Buenos Aires; de vuelta a España, fue nombrado desde México Primer Secretario de la Embajada azteca en Madrid, cargo que desempeñó durante dos años (1918-20). En el transcurso de dicho período realizó otro importante viaje por Italia, al término del cual regresó a su país natal para volver a abandonarlo con presteza, tras la muerte, en la Sierra de Puebla, del presidente Venustiano Carranza, a manos del general Rodolfo Herrero.
Vuelto a Madrid, Luis Gonzaga Urbina se encargó de poner en orden el vasto legado que había dejado tras su muerte (acaecida en 1916) el historiador mexicano Francisco del Paso y Troncoso. En estas y otras actividades similares estuvo ocupado durante el resto de su vida, concluida en la capital de España en 1934. Tras su fallecimiento, el gobierno mexicano reclamó sus restos mortales y los trasladó a Ciudad de México, donde fueron depositados en la Rotonda de Hombres Ilustres.
Su obra
En general, la producción poética de Luis Gonzaga Urbina puede caracterizarse por su esmerado estilo, su calidad estética y su constante empeño de unidad y coherencia. La andadura lírica del escritor de Ciudad de México se inició con un volumen titulado Versos (1890), al que siguió otro poemario, Ingenuas (1902), en el que aparecieron las primeras muestras de unas composiciones que, a partir de entonces, serían reiterativas en toda su obra lírica: las "vespertinas".
Posteriormente, dio a la imprenta otros títulos que confirmaron su valía dentro del género poético, como Puestas de sol (1910), Lámparas en agonía (1914), El glosario de la vida vulgar (1916), Los últimos pájaros (1924), Corazón juglar y Cancionero de la noche serena. En medio de esa unidad temática y formal que caracteriza todo su quehacer lírico, Luis Gonzaga Urbina logró una obra de gran armonía y plenitud, en la que sobresalen con vigor algunos momentos descriptivos de acusada sensibilidad (así, en las composiciones tituladas "El poema del Lago" y "El poema del Mariel").
Fuente: Biografías y Vidas
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