El pasado 1 de febrero el Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita (CIRVA) informó que solo quedan 30 vaquitas marinas en el mundo.
¿Qué significa esto? Nuestro fracaso como sociedad.
Que sólo queden 30 vaquitas significa que pusimos nuestra idolatría al dinero sobre el valor del ecosistema, entendido como un todo del que la especie humana también forma parte. Significa que triunfó el egoísmo; pusimos el bienestar material sobre el colectivo y el del planeta.
Desde hace más de 20 años sabíamos que las vaquitas marinas estaban en peligro y sabíamos que la principal causa de su muerte era, y es, la captura incidental en redes de enmalle, específicamente las que se usan para pescar Totoabas, pero no hicimos nada al respecto (al menos nada que fuera efectivo).
La captura de Totoaba se traduce en la historia ya conocida: la venta de las vejigas de este pez en el mercado chino a través de Estados Unidos; en esta transacción las vaquitas marinas son un daño colateral. Quienes participan en este “negocio” y obtienen dinero siguen la falsa lógica de sentirse plenos y exitosos, dejando a medio paso de la extinción al único mamífero marino endémico que posee México: la vaquita marina.
El “éxito” de unos pocos se ha transformado en nuestro fracaso como sociedad. Que sólo queden 30 vaquitas marinas es coquetear con la extinción; significa que a pesar de que desde hace dos décadas sabemos que la vaquita está en peligro, y que la solución está en que nadie pesque Totoaba con redes agalleras, nunca pudimos terminar con ello.
Autoridades, políticos, ambientalistas, pescadores, ciudadanos mexicanos, todos, como especie humana hemos fracasado.
La última medida es desesperada. El CIRVA propone que las vaquitas que quedan se lleven a un santuario donde puedan reproducirse. El planteamiento es llevar al cautiverio a una especie que simplemente no pudimos salvar en su vida silvestre; y que a pesar de que no hay nada que nos diga que esta medida resultará, eso es mejor que dejarlas libres.
Es una pena no poder ser optimista ante esta propuesta, pero en más de 20 años ninguna estrategia logró asegurar que la población de vaquitas no disminuyera. La medida del cautiverio no ofrece ninguna garantía para soñar en que esta vez será posible. Si ponemos la mitad de ellas en cautiverio, la otra mitad seguirá cayendo en las redes de Totoaba, porque la pesca con redes de enmalle nunca ha dejado de suceder. Ni con las medidas de exclusión de pesca, ni ninguna otra decretada anteriormente. Si ponemos a la mitad de las vaquitas en cautiverio (15), en el mejor de los casos la mitad (7) serán hembras reproductoras.
Ojalá aprendamos la lección y que nuestras autoridades garanticen el bienestar de todos, que realmente hagan su trabajo; que los ciudadanos tomemos consciencia de que esta forma de vivir, desconectados de un todo al que pertenecemos no es viable en el largo plazo; que la manera simplista en la que buscamos la felicidad y el éxito está acabando con el planeta. Que quienes viven de la pesca entiendan que los recursos no son inagotables, que quienes consumen los buches de Totoaba comprendan el gran costo que pagamos todos por ello.
Hoy la vaquita está entre el cautiverio y la extinción; en ambos caminos perdemos como sociedad. Todos debemos tomar consciencia que la situación de la vaquita es culpa de todos, y si esto no cambia, la vaquita será solo una especie más de muchas que perderemos. Ojalá que la extinción de la vaquita, al menos en vida silvestre por ahora, no sea en vano y sea, en cambio el primer paso para que nunca más suceda.
Miguel Rivas
Miguel es Campañista de Océanos de Greenpeace y candidato a Doctor en Ciencias Biológicas por el Instituto de Ecología de la UNAM.
Texto tomado de Greenpeace
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