El ego agrandado que tienen algunas personas puede ser interpretado como un mecanismo de defensa o como una necesidad de mostrar un valor personal exagerado. Comúnmente, llamamos a estas personas "pedantes", porque muestran una actitud de distancia y superioridad sobre las otras; parecieran interesadas en minimizar el conocimiento, las cualidades o el talento de los demás para hacerse notar, llamar la atención o sobresalir con sus comentarios y actitudes; esto es, siempre con la tendencia a manifestar que saben o son mejores que los demás.
Ahora bien, detrás de alguien con un ego agrandado, muchas veces se esconde una persona insegura, tímida, con necesidad de aprobación y con temor a sentirse rechazado por otros. Todos hemos tenido, alguna vez en la vida al menos, un amigo que siempre interrumpía las historias de otros para decir que ya había estado ahí, que lo había experimentado primero y más profundamente que el que lo estaba contando y, además, podía agregar otras experiencias o historias, opacando casi por completo a la persona que estaba compartiendo su vivencia.
El orgullo, a fin de cuentas, busca que otros lo vean o lo reconozcan y lo único que trae como consecuencia es el deterioro de las relaciones personales, en especial las que mantenemos con las personas queridas a las que damos poco espacio para expresarse, participar o compartir sus conocimientos y experiencias, con el riesgo de crear una distancia que, con el tiempo, ya no se pueda acortar.
Es muy importante dejar de mirar desde uno; es decir, únicamente desde nuestro punto de vista, consideraciones, creencias y experiencias, sobre todo cuando compartimos con otros...
Podemos aprender a transformar y a suavizar nuestra actitud ante la vida para sentirnos más tranquilos, seguros y, al mismo tiempo, mejorar nuestra forma de relacionarnos con otras personas, para experimentar relaciones sanas y satisfactorias.
Maytte Sepúlveda
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