Jose Luis Duarte Jose Luis Duarte Author
Title: Perdonar
Author: Jose Luis Duarte
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El trabajo con la rabia: que el dolor sea dolor Antes de pasar a practicar el perdón en relaciones más íntimas, es importante tratar prime...
El trabajo con la rabia: que el dolor sea dolor

Antes de pasar a practicar el perdón en relaciones más íntimas, es importante tratar primero el dolor personal, es decir, la tristeza, la rabia, el resentimiento y la culpa, que posiblemente han sido los móviles que nos han llevado a indagar sobre el perdón.

El perdón es esencial para sanar y experimentar nuestra integridad. Pero para lograr esto último, es preciso no reprimir, negar ni desatender ninguna de nuestras partes. Nuestra totalidad incluye una gran sabiduría y una extraordinaria capacidad de amor y cariño, y también la rabia, el resentimiento, la hostilidad, la vergüenza, el sentimiento de culpabilidad y, en muchos casos, la ira. Estas emociones suelen permanecer ocultas y, ya sea que estén ahogadas o doliendo atrozmente bajo la superficie, mientras no las sanemos se cobrarán su precio en nuestra capacidad para ser felices y tener relaciones sanas y satisfactorias.

Esto es especialmente cierto en aquellas personas que se han criado en un hogar con problemas en donde quienes se encargaban de ellas sufrían de serios daños emocionales. Según cálculos de los expertos, un 90 por ciento de los adultos de Estados Unidos se han criado en hogares con problemas. En la actualidad se comprenden mejor las nocivas consecuencias de tal ambiente familiar y se han creado grupos de apoyo como el de Hijos Adultos de Alcohólicos para tratar los problemas que tienen en común.

Cualquier persona que se haya criado en un hogar en donde sufrió malos tratos físicos o emocionales, o fue rechazada o abandonada, ha de perdonar para sanar «totalmente». Pero antes tiene que hacer suyo el dolor que experimentó, es decir, reconocer y admitir la verdad. Una vez logrado esto, el dolor del pasado puede convertirse en la riqueza de la vida.

El siguiente poema de Eva Pierrakos, que aparece en su libro El camino de la autotransformación, describe el gran valor de este proceso:

Tras la puerta de sentir tu debilidad reside tu fuerza.

Tras la puerta de sentir tu dolor residen tu alegría y tu placer.

Tras la puerta de sentir tu miedo reside tu seguridad.

Tras la puerta de sentir tu soledad reside tu capacidad de gozar de plenitud, amor y compañía.

Tras la puerta de sentir tu desesperanzareside la esperanza verdadera y justificada.

Tras la puerta de aceptar las carencias de tu infancia reside tu satisfacción del presente.

Es necesario disponer de un lugar seguro y apropiado para desahogarse, para expresar el dolor, donde éste pueda «ser» sin que se lo juzgue. Claudia Black, autora de ‘Jamás me sucederá a mí’, respetado y conocido libro sobre los hijos adultos de alcohólicos, dice que «el proceso de recuperación incluye el hecho de reaccionar ante el propio dolor emocional». Habla de la «obligación de ser feliz», una compulsión basada en la negación del dolor que suelen sufrir los hijos adultos de alcohólicos (y otras personas criadas en hogares con problemas). No podemos sanar totalmente si negamos lo que Carl Jung llamó «lado oscuro» o «sombra» de nuestra psique y nuestra historia personal. No debemos saltarnos ese paso esencial que constituye el reconocimiento de la «sombra» si queremos integrar y hacer real el perdón, pues éste no se puede colocar encima del temor y la tristeza que laten debajo.

Ahogando o negando el dolor y la rabia con drogas, alcohol, compras, trabajo o un barniz de dulzura y aceptación, no nos liberaremos de ellos. Como observa el teólogo Matthew Fox: «Entonces nos convertimos en víctimas del dolor y no en los sanadores que podríamos ser». Según él, «la liberación comienza en el momento en que se reconoce el dolor y se le permite serlo». Entramos en él y lo convertimos en amigo para después dejarlo marchar.

Que el dolor sea dolor

Si bien con la práctica del perdón podemos disipar y transformar la rabia que se produce en las circunstancias del presente, e incluso tal vez no llegar a enfadarnos, es importante que no neguemos la existencia y los efectos de la rabia que podemos haber sentido, consciente o inconscientemente, durante muchos años. El hecho de comprender ahora el comportamiento abusivo de otra persona e incluso de compadecerla (por ejemplo, comprender que alguien te maltrató debido a su rabia y su ira reprimidas por haber sido a su vez maltratado) no te libera automáticamente del trauma, el desvalimiento y el miedo que experimentaste en el pasado.

A no ser que desde entonces hayas encontrado una situación de apoyo en la cual puedas honrar tus sentimientos (reconocerlos y permitirte expresarlos sin juicios ni castigo), lo más probable es que estas emociones de la infancia, la adolescencia, la juventud y, tal vez, la edad adulta, continúen reprimidas, suprimidas y negadas hasta el día de hoy. Si no hay un lugar en donde poder sentir la emoción y expresar el dolor y el temor en el momento que ocurren las experiencias traumáticas, entonces el trauma puede quedar guardado en los músculos y en la psique durante años.

A veces estos sentimientos crónicos se somatizan, encuentran alojamiento en el cuerpo. Pueden aparecer en forma de dolores de cabeza crónicos, trastornos digestivos, dolores de espalda, etc. Cuando son persistentes, estos sentimientos reprimidos o negados pueden dominar la personalidad, volverse explosivos y/o hacer que la persona se cierre. Pueden provocar una batalla interior entre el desvalimiento y la rabia, produciendo un estado de ansiedad generalizado.

Cuando no se libera, la rabia puede filtrarse por los bordes de la personalidad en forma de miedo, sarcasmo, aislamiento, agresividad o desaprobación de uno mismo; o se manifiesta claramente en estallidos de cólera, depresión, comportamientos pasivo-agresivos, maltrato de uno mismo y de los demás, e incapacidad para actuar con eficacia en el mundo y para tener relaciones íntimas.

Cuando intentamos perdonar negando al mismo tiempo la rabia y la culpa, si las llevamos dentro, el «adulto perdonador» se puede convertir en una subpersonalidad en lugar de ser una verdadera expresión del Yo. O tal vez perdonamos de vez en cuando, pero periódicamente el perdón es reemplazado con facilidad por rabia y culpa. Es posible que después de intentar perdonar nos preguntemos por qué continuamos sintiéndonos enfadados o vacíos por dentro.

Si estamos reprimiendo la rabia y la culpa, el perdón que ofrecemos no puede arraigar en nuestro ser porque los sentimientos reprimidos forman una barrera que nos impide adentrarnos en nuestra experiencia esencial. El cuerpo y la psique que guardan demasiadas emociones reprimidas y limitadoras tienen poco espacio para incorporar amor y alegría con constancia y profundidad.

Es posible que de cuando en cuando experimentemos la alegría y el alivio que proporciona el perdón, pero éste quedará en la superficie. Es como tratar de plantar un magnífico jardín de flores con muy poca tierra y sin apenas espacio para que echen raíz. Un ventarrón o unos días sin agua lo destruirán. Pero si aceptamos nuestro dolor y, en un lugar y un contexto seguros, sentimos lo que habría sido arriesgado y terrible sentir en el pasado, entonces el dolor se puede liberar y transformar. El proceso de honrar nuestros sentimientos es como labrar la tierra endurecida haciéndola rica y profunda. Sólo entonces habrá espacio para que el perdón y la comprensión echen raíces profundas en nuestro interior.

Robin Casarjian

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