prendidas en la solapa de mi camisa.
Camisa ya raída por los surcos de las lunas
que se cobijaron entre sus ojales.
Ojales que se cierran ante la plegaria
sin sentido de un amanecer sin hilos.
Hilos que formaron aquella sábana del placer
que hoy se escurre entre botones de nácar
arrancados por los dientes de la vida.
Migajas de días,
surcos de lunas,
devorados por la vida .
Maria Glez Méndez
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