como si muriera de frío
aunque sabía que mi piel
quemaba en su desnudez
como si fuera una hoguera.
Él me besaba en la frente,
en las mejillas y los ojos
acercando tímidamente
su boca de menta verde
a mi boca de labios rojos.
Y aún cuando sus besos
me llenaban de alegría,
se atoraban en mi pecho
un tropel de mil suspiros
sin encontrar la salida.
Fue entonces que descubrí
que no hacía frío ni nevaba
y que si mi piel se estremecía
era porque sus manos ceñían
estrechamente mi cintura
mientras su cuerpo temblaba.
María Elena Astorquiza V.
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